viernes, 12 de diciembre de 2008

El niño mentiroso

El niño mayor tiene 5 o 6 años. ¿El niño menor 3 o 4? Las edades no las sabemos exactamente. Lo que sí sabemos es que al niño mayor le encanta jugar en la playa, en la arena; treparse a los médanos (que a su edad le parecen montañas), meterse por los tamarindos*. Los huecos y pasillos que se forman entre esas plantas lo fascinan, le dan vértigo. Le gusta esconderse allí, descubrir lugares inaccesibles a los adultos. Quizás por la poca gente, por la sensación de soledad del lugar, sus padres lo dejan explorar esas zonas sin restricciones ni preocupaciones.

El niño mayor conoció al menor en ese verano. A pesar de la diferencia de edades juegan juntos, se entienden bien. Sin embargo el niño menor está constantemente al lado de su madre, siempre juegan juntos bajo la mirada de esa mujer. El niño mayor disfrutaba el juego en compañía, sin embargo se aburre de estar siempre bajo el sol y esa mirada. Siente unas ganas terribles de meterse en esos recovecos. Él quiere compartir ese mundo oculto con el niño menor.

En un instante de distracción de la madre (porque él ya intuye algo), el niño mayor le propone al menor ir a jugar entre los tamarindos, que él le mostrará sus misterios, que es un juego realmente divertido y apasionante. El niño menor se siente inquieto. Le termina confesando con cierta vergüenza que su madre no lo deja ir a jugar a los tamarindos, que le dijo que es peligroso.

Entonces el niño mayor con picardía y soberbia, con la autoridad que siente por su edad, dice al oído del menor: "No pasa nada, mentile a tu mamá, no le digas que vamos a los tamarindos. No se va a dar cuenta". Y aquí no se sabe si es un error del niño menor, su miedo, o su inocencia, que finalmente le dice a su madre: "mamá, me voy a jugar con mi amigo, pero no vamos a los tamarindos". La madre comprende inmediatamente. Y mientras mira de reojo al niño mayor, con desprecio, dice en voz alta e imperativa a su hijo: "dejá, no juegues más con él, vos no te tenés que juntar con chicos mentirosos".

El niño mayor se queda helado. Esas palabras, la mirada juzgadora de esa mujer. La vergüenza que siente, no la volverá a sentir jamás. Ni siquiera treinta años después.



*la palabra correcta es tamarisco, pero el niño mayor la dice mal

domingo, 9 de noviembre de 2008

No sé

No sé qué me pasa. Prometí que aquí en París tendría más tiempo para escribir. Pensé que los posts me saldrían como pan caliente. Que las anécdotas fluirían hacia el blog. Pero no fue así. La fiaca, la vagancia, siempre me ganan. Por un lado tuve mis razones, y fueron positivas: trabajé bastante y salí casi todas las noches. Realmente tuve pocas noches tranquilas y reposadas. Y anécdotas no me han faltado.

Ahora mismo me largo a escribir esto sin saber a dónde voy. ¿Dar una excusa? Quizás. ¿Sigo con los mitos y leyendas? La verdad que podría hacerlo, tengo material. Pero me parece banal, exhibicionista. Tampoco me dan ganas de reflexionar, no quiero ponerme profundo ni tampoco me da el cuero para eso.

No sé. Creo que me siento un poco empachado de la vida.

Qué cursi...

jueves, 23 de octubre de 2008

Fin de semana

El miércoles fue el cumpleaños de Pablo, mi sobrino "postizo". Ahora en un rato viajo a Madrid para poder estar el sábado en el festejo de sus cuatro años, y me quedo hasta el lunes, compartiendo momentos familiares con la señora Bloom. ¡Qué bueno!

domingo, 19 de octubre de 2008

Mitos y leyendas II

Anoche confirmé dos mitos que tenía sobre los italianos:

1) ¡qué bien, pero qué bien cogen!

2) ¡qué grasas que son en sus gustos musicales!

Además cómo les gusta guardar apariencias. El chico en cuestión me dijo que tenía una novia en Roma, aunque él viva en París. Según sus palabras tiene a la novia lejos "para que no le hinche las pelotas". Y ni siquiera me besó, porque quizás eso no es de machos. Escuchaba Eros Ramazzotti, Laura Pausini y Alejandro Sanz. Me preguntaba si a mí me gustaban... Puse cara de póker y respondí que sí.

En todo lo demás resultó un dulce este chico. Me invitó a dormir (cosa que al franchute ni se le pasó por la cabeza), y me preparó un café expresso por la mañana. Un buen tipo.

Y yo aprovecho y sigo practicando idiomas...

viernes, 17 de octubre de 2008

Mitos y leyendas

Anoche confirmé nuevamente dos mitos que tenía sobre los franceses:

1) ¡qué bien, pero qué bien besan!

2) ¡qué engreídos, qué creídos, qué chauvinistas, qué insoportables pueden ser!

lunes, 13 de octubre de 2008

Otro viaje

Gente amiga, nuevamente me voy a París. Esta vez por un mes. Tengo la esperanza, casi certeza, de que me sucederán cosas inesperadas, cosas que valdrán la pena ser contadas. O que yo tendré ganas de contar. El "dépaysage" me vendrá bien, me dará perspectiva para analizar una vez más mi vida. Y por sobre todo, tendré más tiempo para escribir. No sé si prometerlo, pero lo intentaré: intentaré escribir más en este lugar, así me ayudan a ver la vida no sólo color de rosa...

PD: prometo no sólo contar cenas aburridas ;-)

Así me siento

(Fragmento de "Fragmentos de un discurso amoroso", de Roland Barthes, traducción de Eduardo Molina.)


"Espero una llegada, una reciprocidad, un signo prometido. Puede ser fútil o enormemente patético. Todo es solemne: no tengo sentido de las proporciones.

Hay una escenografía de la espera: la organizo, la manipulo, destaco un trozo de tiempo en que voy a imitar la pérdida del objeto amado y provocar todos los afectos de un pequeño duelo, lo cual se representa, por lo tanto, como una pieza del teatro.

La espera es un encantamiento: recibí la orden de no moverme. La espera de una llamada telefónica se teje así de interdicciones minúsculas, al infinito, hasta lo inconfesable: me privo de salir de la pieza, de ir al lavabo, de hablar por teléfono incluso; sufro si me telefonean; me enloquece pensar que a tal hora cercana será necesario que yo salga, arriesgándome así a perder el llamado. Todas estas diversiones que me solicitan serían momentos perdidos para la espera, impurezas de la angustia. Puesto que la angustia de la espera, en su pureza, quiere que yo me quede sentado en un sillón al alcance del teléfono, sin hacer nada.

El ser que espero no es real. El otro viene allí donde yo lo espero, allí donde yo lo he creado ya. Y si no viene lo alucino: la espera es un delirio."



(gracias Crimson por hacerme descubrir esto, así me siento hoy)

viernes, 3 de octubre de 2008

Las rendijas

Entro en una iglesia gótica muy grande e imponente. En el coro había una exposición de instrumentos, la mayoría de ellos eran campanas extrañas, mezcla de edad media y era electrónica. De repente la iglesia toda comienza a moverse, como si fuera un barco, bamboleándose de un lado al otro. Me sorprendo, pero el movimiento es arrullador. Me asomo por la entrada y veo que las torres de la iglesia también se inclinan lentamente de un lado al otro confirmando que estoy en Notre-Dame de Paris.

Salgo de la iglesia. El movimiento cesa y el cielo está despejado. Camino por las calles medievales. La luz del atardecer ilumina los techados de pizarra negra. Todo parece germánico, lógico, estoy en Viena. En las tabernas hay mucha gente, algunos por las calles. El clima es muy festivo. Me encuentro de casualidad con mi amigo GRP y me alegro de verlo. Caminamos, charlamos. Le comento que contrariamente al prejuicio, la gente por estos lugares también sabe divertirse y su alegría es contagiosa.

Entramos con GRP a un edificio amplio, con luz tenue y cálida. Parece que hay otra exposición allí. Sin embargo noto que GRP comienza a angustiarse, hasta largarse a llorar. Me dice que hace rato que no puede ver a su novia, que es muy joven. Que el padre de ella les tiene prohibido verse. Todo indica que una tragedia es inminente. Y trato de consolarlo sin saber bien qué decir.

Abro los ojos y la luz entra por las rendijas de la cortina.

martes, 23 de septiembre de 2008

Breve

Mmmmm... ¡Qué rica me salió la tarta de cebolla que me acabo de preparar!

(Sepan disculpar, entre las vacaciones y la falta de inspiración, este blog se viene a pique. Esperemos que a la brevedad esto retome su ritmo anterior)

lunes, 1 de septiembre de 2008

Todo pasa

Quiero matar a alguien. No se preocupen, no es ninguno de ustedes. Tiene nombre y apellido esa persona. Se me viene la tanada toda junta a la cabeza. Qué bronca, pero qué bronca tan grande...

Pensaba escribir sobre otra cosa hoy, rebosante de alegría, pensaba rodar mi propia "road movie". Pero no será.

La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida (como dice la canción).

No importa, ya se me pasará. Y cuando se me pase borraré ésto, que ni siquiera valió la pena haber sido escrito.

lunes, 25 de agosto de 2008

Ese asunto

La tarde se había puesto soleada. A pesar de mi rodilla decidí salir a caminar. Además tenía que solucionar ese asunto. Me abrigué bien, por suerte, porque el frío todavía pegaba en las mejillas. Me puse los anteojos y me miré en el espejo antes de salir. Esas malditas arrugas, cada vez más profundas. Había bastante gente en la plaza: jóvenes paseando perros, madres o mucamas paseando niños, varios viejos sentados.

Al caminar por un sendero, de repente un joven sentado en un banco me clavó la vista. Me pareció raro, él y la situación. Le correspondí la mirada, pero en ese mismo momento desvió sus ojos, como si nunca me hubiera visto. Pero no dejé pasar la oportunidad, lo seguí mirando fijamente hasta que finalmente lo encaré. Es que tenía que solucionar ese asunto.

Le pregunté si era extranjero. Me contestó que no, en perfecto español. Me había equivocado, hubiera jurado por su aspecto que no era de aquí. Además en esta plaza siempre está lleno de extranjeros, ya que hay una academia de idiomas muy cerca.

A esta altura de mi vida no iba a andar con vergüenzas, así que le pregunté la edad. Me dijo 37 años. Otra vez me equivoqué, lo creía bastante más joven. Como me respondía de un tono amable y sonriente, seguí conversando. Le pregunté si era casado. Me dijo que no, que era soltero. Me pareció raro, ¿a su edad?

Le pregunté qué hacía allí en la plaza. Me dijo que estaba haciendo tiempo mientras esperaba el turno con su psicólogo. ¡Qué tonto, Dios mío! Le sugerí que no perdiera el tiempo en esas cosas, que no sirven para nada, que aprovechara la tarde para irse a buscar una chica en vez de hablarle a un señor.

Como se rió ante mi comentario me senté junto a él. No sé cómo terminé contándole de cuando Perón me echó de mi casa en La Lucila. En ese momento me dijo que él también había vivido en La Lucila, de más joven. Me dijo el nombre de la calle, pero la verdad que no la recordaba. Por un momento sospeché que me estaba mintiendo, y que entonces no podría ayudarme con ese asunto.

Ya que era soltero y joven le sugerí que se fuera al extranjero, ¿para qué quedarse en este país tan atrasado? Afuera podría vivir mejor, tener un buen trabajo, encontrar novia. Aunque me dijo que ya había vivido afuera. Pensé que casi seguro en Brasil, o a lo sumo en México. Pero al final me dijo que había vivido en Francia (puaj, los franceses, ¡qué sucios!), en Israel (puaj, los judíos, ¡qué fanáticos!), y en Alemania (puaj, los alemanes, ¡qué maquinales!). Seguro que además de mitómano, este chico era judío, pero me lo negó.

De todas maneras, pobre, nunca había vivido en Escandinavia como yo. Ese sí que es un lugar donde vale la pena vivir la vida (Perón realmente me hizo un favor echándome de este país). Le volví a decir que se fuera al extranjero, pero me dijo que era muy feliz aquí. Vi que empezaba a ponerse impaciente. Y yo tenía que solucionar ese asunto.

Así que le pregunté sin reparos: "¿conocés un lugar donde pueda cambiar euros?"

Me miró extrañado. Me dijo que conocía casas de cambio en la calle Corrientes, en el centro. Chocolate por la noticia, eso yo también lo sabía. Le aclaré que buscaba un lugar por acá cerca. Pero me dijo que no sabía.

En ese momento miró su reloj algo nervioso, me dijo que tenía que irse al psicólogo y se despidió rapidamente, dejándome ahí sentada. Me acomodé el vestido que se salía por debajo del tapado, y me levanté. Seguí caminando. Como la rodilla me volvió a doler me fui para casa.

Hay cada gente más rara en la plaza... Y yo sigo sin solucionar ese asunto.

jueves, 14 de agosto de 2008

Receta pitagórica

Lo planeé todo con premeditación y alevosía. Llegué temprano del trabajo. Compré los ingredientes necesarios y dejé las bolsas en mi casa. Me cambié y fui al gimnasio. Seguí mi rutina (me tocaba hacer pecho y tríceps). Como casi no transpiro y soy algo sucio, no me bañé ni bien llegué a casa.

Prendí la radio y dejé una música bailable modernosa. Lavé las frutillas, les saqué las hojas verdes, el centro blanco, y las corté al medio. Les eché el jugo de medio limón y mucha azúcar, como me enseñó mi mamá, y las guardé en la heladera.

Puse la suprema de pollo sobre la plancha sin fuego. Le saqué el huesito, le puse sal, pimienta y jugo de limón. Salí a mi terraza, corté una hojas de perejil. Eché algunas de ellas sobre la suprema.

Le saqué las hojas al apio, lo limpié, pelé una manzana verde y tajeé todo. Encendí el fuego y la suprema comenzó a cocinarse. Luego piqué las nueces, se las eché a la manzana y al apio. Finalmente agregué la crema de leche, el ingrediente que faltaba para la ensalada Waldorff.

Mientras la suprema seguía cocinándose, puse la mesa: individuales, plato playo en el centro, cubiertos a su lado, compotera y cuchara pequeña para postre, y por último las copas esmeriladas de la abuela. Abrí el vino blanco y comencé a beber.

Yendo de la cocina al living bailaba sin pruritos delante del espejo, como se baila cuando uno está solo. Terminé de colocar algunas cosas en la mesa, condimenté la ensalada, y prendí una vela.

La suprema ya estaba lista. No me senté en el lugar de siempre, como si yo fuera mi propio invitado. Bebí otro trago de vino y empecé a comer con muchas ganas. El sabor de los vegetales frescos era exquisito. Luego del plato principal me serví las frutillas. Qué rojas, qué ricas, qué dulces; mi fruta preferida desde chico.

Me sentí muy contento, disfruté como hacía mucho tiempo no disfrutaba una comida en soledad.

Hice una breve sobremesa. La música estaba cada vez mejor y bailé otro rato. Levanté la mesa y lavé todo mientras ponía agua a hervir. Preparé una tetera completa de té de manzanilla. Prendí la computadora, me serví una taza y me senté a escribir. Por suerte la primera frase ya la tenía en la cabeza desde hacía rato.

Lo planeé todo con premeditación y alevosía.

lunes, 11 de agosto de 2008

Arte abstracto


De chico me encantaba dibujar. Tenía grandes dotes. Tomaba las hojas blancas que estaban en el "cajón de los papeles", donde se acumulaban hojas de distintos orígenes no totalmente en blanco. Recuerdo especialmente los rollos de papel continuo, impresos con tinta gris de un lado, blanco en el otro, que mi papa traía de su oficina (a mi papá nunca le gustó derrochar papel). Me daba un gran placer recortar esos bordes troquelados con su hilera de agujeros perfectamente redondos y equidistantes. Cómo me gustaba después plegar esas tiritas agujereadas: en dos partes primero, haciendo coincidir los agujeros, y luego en cuatro, y en ocho. Soy obsesivo desde que era así de chiquito.

No me importaba la calidad del papel. Mientras hubiera un espacio en blanco de tamaño decente, ahí yo agarraba mis lápices y me ponía a dibujar. Yo copiaba la realidad, ése era el objetivo, por supuesto. Tenía alma de artista renacentista. Nada de dejar volar la imaginación demasiado. Dibujaba árboles, sobre todo pinos. Me encantaban los pinos [1] que ya los tenía dominados a la perfección, las ramas como flecos, como de arbolito de Navidad. También dibujaba árboles caducifolios, pero me obsesionaba en reproducir la transición entre el tronco y las hojas, cómo pasar del marrón al verde de una forma que fuera creíble.

También dibujaba los floreros que mi mamá llenaba cuando nuestro jardín tenía algo que ofrecer. Recuerdo especialmente un florero de vidrio, cilíndrico, no muy alto, azul por fuera, con unas guardas esmeriladas que dejaban ver el vidrio transparente. Y en ese florero los gladiolos rojos [2]. Recurría siempre a mi paleta de lápices de colores.

La técnica la perfeccioné dibujando casas, muchas casas. Aunque todas tendieron a un arquetipo. Una casa de un solo piso con techo a dos aguas, dibujada en una perspectiva caballera instintiva. Al frente una puerta. En la pared lateral visible una ventana rectangular apaisada, con una cruz que la dividía en cuatro paneles idénticos. En el techo una chimenea, de la que salía humo gris. Si me quedaba tiempo dibujaba las tejas y las pintaba de rojo. A veces una ventana redonda sobre la puerta, que dejaba espiar el altillo. La casa se encontraba aislada sobre una loma verde, y un caminito sinuoso llegaba directo a la puerta. Al costado, preferentemente izquierdo, cerca del camino se encontraba alguno de mis árboles. En el cielo el sol amarillo con rayos. Y algunas nubes. Trataba de que fueran muchas nubes, porque yo no caía en el error de muchos de mis coetáneos, que pintaban las nubes de celeste y dejaban el cielo blanco. ¿Donde se vio eso? Yo a las nubes las dejaba blancas, como corresponde, y al cielo lo pintaba de celeste, tardara lo que tardara. Ninguna persona perturbaba la paz de ese paisaje.

En cambio mi hermana, pobre, dibujaba casas alpinas, eran sólo un techo, dos chapas. Y dibujaba la gente que había dentro de la casa. ¿Donde se habrán visto casas transparentes? Yo le insistía que sus dibujos no tenían sentido, pero no me hacía caso. Y sus dibujos mis papás los pegaban en la cocina junto a los míos. Igual con el tiempo, los azulejos eran un pegote y todo nuestro arte iba democráticamente a la basura.

Habiendo perfeccionado mi técnica, habiendo incluso aprendido a escribir ALE en el borde superior derecho de mis dibujos, fue así que llegué al jardín de infantes. La señorita nos hacía dibujar y yo copiaba la realidad que me rodeaba, con las formas y los colores exactos.

Hasta que un día todo ese orden se estremeció. La señorita nos dio tema libre para dibujar. Yo debo haber recurrido a mi típica casita sobre la pradera, como una rutina que ya tenía bien aprendida. En cambio vi a mi compañera Valeria [3] muy ensimismada en su tarea, derrochando torrentes de energía. Yo me acerqué y observé aterrado. Valeria tomaba su crayón celeste y llenaba a lo ancho y a lo largo su hoja Canson Nro. 5 de unos rulos que iban y venían, que se superponían generando un caos (¿quizás reflejaba su estado de ánimo?). Mis conexiones neuronales aún en desarrollo intentaban buscarle una lógica a ese mamarracho y no lo conseguían. Finalmente no pude más con mi curiosidad


-Valeria...

-¿Sí? -me dijo sin prestarme demasiada atención, mientras seguía volcando ríos de pasión en su obra.

-¿Qué estás dibujando?

Ella interrumpió su tarea y en un corto segundo me reveló la gran verdad:

-Una tormenta.


Y continuó dibujando su mamarracho con esmero. Yo quedé fulminado como por el rayo que le faltaba a ese dibujo. Eso era lo que dibujaba Valeria, de eso se trataba, una confusión de líneas que reflejaban la confusión de la Tormenta. Me sentí humillado. Tanta inteligencia, tanto esfuerzo que yo volcaba en reproducir la realidad, tanto tiempo dedicado a llenar las superficies con sus colores correspondientes. Y Valeria, en un solo trazo, con un solo color, logró el mismo cometido.

Dejé pasar un tiempo prudencial. Un día que hubo nuevamente dibujo libre no lo dudé. Y dibujé mi propia tormenta. Fue muy fácil. La señorita me felicitó.

(el grueso del texto fue escrito el 13 de febrero de 2006)

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NOTAS:

[1] varios años después la mamá de Gastón, psicóloga y ama de casa, sin siquiera verme dibujar adivinó mi pasión por los pinos pinchudos.
[2] gladiolo es una palabra que siempre me llamó la atención. Hay palabras que por diferentes motivos se me despegan del resto.
[3] No la de apellido Pintor, sino la otra Valeria, Valeria Raffo.

jueves, 7 de agosto de 2008

El chico 10 (7ma y última parte)


...Y todo volvió a ser tan maravilloso como la noche anterior. Fue más corto, porque Heiko me dijo que quería dormir ya que al día siguiente tenían que volver a laburar. Y aunque no acabáramos ninguno de los dos, nos dormimos igual. Muy abrazados otra vez. Y yo dormí mejor, algunas horas. A la mañana temprano recomenzamos las caricias. Otra vez sentí un placer infinito. Traté de excitarlo de varias maneras, chupándole el pito también, pero no hubo caso. Él bromeaba: "es que todavía no se despertó". Yo le dije que no había problema si él no los tenía. Todo lo otro compensaba. Fue él finalmente que me hizo una fellatio tan delicada, tan sensual, y que me mantuvo ahí al vilo de eyacular durante tanto tiempo, que cuando finalmente lo hice fue hermoso. Me limpió con servilletas, nos volvimos a abrazar, y seguimos durmiendo un rato más, hasta las 10 casi.

...

Cuando se tuvo que ir, otra vez estuve a punto de decirle que lo amaba, pero nuevamente me contuve. Le pregunté si venía la semana que viene a Dresden. Me dijo que sí, para seguir ayudándolo a Fréd con ese departamento a remodelar. Le dije que si él quería me podía llamar, y me contestó que sí. Pero quizás yo esperaba algo más, que me pidiera un mail, o no sé qué. Me pareció sentir que pensaba "OK, esto es algo de fin de semana, y punto". Por supuesto aquí el idioma complica muchísimo las cosas, temía decir cualquier frase que me deschavara, o que sonara a que estaba desesperado por él. Igual llegué a decirle que me pareció un tipo muy muy bueno, muy especial, y que esperaba volver a verlo.

Tanto el sábado a la mañana, como el domingo a la mañana, luego de irse de mi casa, yo quedé en un estado de ensueño total, imposible de retornar a la realidad de ordenar el departamento, de prepararme el desayuno (las dos veces le ofrecí desayunar pero me dijo que Frédéric ya lo estaría esperando). Las dos mañanas me duché muy lentamente, como siguiendo el ritmo que Heiko me impuso, como una ceremonia oriental. Y una felicidad y paz interior muy grandes, otra dimensión, difícil de explicar.

Ese domingo ya sabía que no nos encontraríamos, que él se volvía a Leipzig en algún momento, y que antes tendría que trabajar. Pensé todo el día en enviarle un mensaje de texto hacia la tarde para desearle un buen retorno. Aunque me fui a caminar con la señora Bloom (pudimos dialogar luego de mucho tiempo), y después me colgué llamando a mi familia y hablando con Vigo por teléfono.

Y justo mientras hablo con Vigo, a las once y cuarto de la noche recibo un mensaje en mi celular. Y al rato otro. Miro, ¡y eran ambos de Heiko! Después que colgué con Vigo los leí. Me decía que había llegado bien a Leipzig, me agradecía nuevamente las "schönen Stunden" (lindas horas) pasadas conmigo, que me esperaba ver el sábado próximo, y me saluda con un "lieb gegrüsst" (lieb es amor o amoroso, pero mi alemán es tan malo, que no sé bien si ese es un saludo estándar o si quizo decirme algo más). Le contesté diciéndole lo mismo: que tuve un fin de semana fantástico con él, y que esperaba verlo el sábado próximo.

Todo parece señalar que él también la pasó muy bien conmigo, eso sin duda. El tema es ver hasta dónde. ¡Qué difícil! ¿Cómo no hacerme una película otra vez? Ya sé, ya sé, tengo que ser paciente y esperar, ver qué pasa el fin de semana que viene. No esperar más de la vida que lo que la vida me está dando. Aunque esto no vaya más allá, las horas que compartí con Heiko no tienen parangón con algo que haya conocido antes. Y eso sólo basta. Quizás este es mi mayor temor: fue tan buena la historia que ahora ya sé lo que estoy buscando en una pareja, y sé que eso será muy difícil de encontrar.

En fin, ahí estoy: en las nubes, con miedo a caerme otra vez, como Ícaro.

sábado, 2 de agosto de 2008

"El amor ausente"

Hace cuatro años, en una época complicada, efervescente y fascinante de mi vida, la señora Bloom me habló sobre un escritor español que aseguraba que todos somos naturalmente bisexuales; luego la sociedad, las experiencias y los gustos finalmente nos van inclinando hacia uno u otro de los géneros.

Curiosamente la señora Bloom me volvió a hablar de este escritor, porque había leído en un diario que murió justo ayer a los 46 años de una neumonía. Se llama (¿se llamaba?) Leopoldo Alas. Leí esa nota del diario y, ya teniendo su nombre, quise saber más sobre él y sus libros. Encontré algunos de sus textos en Internet y me sorprendí gratamente.

Por eso mismo me gustaría compartir con ustedes especialmente un texto suyo que leí, "El amor ausente", que pertenece a su libro de ensayos "Los amores periféricos". Me encantó, es una reflexión muy profunda y aguda sobre temas universales como los amores imposibles, la felicidad, la insatisfacción, la creación. Su lectura es muy amena, incluso citando a algunos filósofos.

El texto tiene 23 páginas y vale la pena ser leído con calma. A mí me iluminó especialmente a partir de la página 86 del libro (que es la número 18 del documento linkeado), hasta el final. Pero igual recomiendo leerlo todo. Me hizo repensar muchas cosas que andaban dando vueltas en mi cabeza y que ahora se organizan mejor.

Espero que alguno de ustedes también pueda leer el texto, así podemos comentarlo: aquí en el blog, por mail, por teléfono o cara a cara. Creo que nos enriquecerá.


(el texto aquí)

El chico 10 (6ta parte)

(¡capítulos finales! sigue la historia que le escribí a mi amigo JR hace cuatro años, exactamente hoy)


El sábado hizo lindo día también. Me fui a una pileta, y luego al cumpleaños de Tim, llegando más tarde de lo convenido. Me fui bastante producido, con una remera que me compré hace poco, verde y azul, que dice Berlin, con detalles muy modernosos, muy cool. Me engominé el pelo, y la cresta que tengo en medio de la cabeza quedó bien paradita. Me puse el jean más nuevo. Cuando llegué al cumpleaños todos me dijeron "¡guau Alejandro! ¡qué pinta!". Bog también estaba invitado (pero con esta gente todavía la vamos de tapados, salvo con la señora y el señor Bloom).

Para esa misma noche yo también estaba invitado a una reunión de un colombiano colega mío, que ahora vive en mi mismo edificio. Eso le había dicho a Tim, que quizás me tuviera que ir antes de su fiesta con esa excusa. Antes de la fiesta le escribí a Heiko que por supuesto quería verlo, que alrededor de medianoche yo estaría libre. Y en el medio de la fiesta recibo un mensaje suyo en el celular, que a partir de las once estaría en el bar Boy's con Frédéric y su amigo, que ahí me esperaba.

A partir de ese momento no paré de mirar el reloj a cada rato. A las once me empecé a poner muy nervioso, y veía que la fiesta seguía para rato largo. Once y media dije que tenía que irme a lo del colombiano. La señora Bloom me dijo: "pero quédate un rato más". Y como me iba, finalmente me dijo medio en broma: "¡ojalá que la otra fiesta esté muy aburrida!". Y yo pensaba "¡seguro que no!".

Así que pedaleé a toda velocidad hasta mi casa. Antes le mandé un mensaje a Heiko que por favor me esperara, que en media hora estaría por allí. Llegando a mi casa pasé por la puerta de Boy's en bicicleta y había un mundo de gente en la puerta. Dejé la bici en casa y ahí fui caminando, sin llevar ningún abrigo porque la noche estaba fantástica.

Llegué al bar, esquivé la gente de la puerta, y ahí dentro estaba él, esperándome. Saludé primero al alemán amigo de Fréd, y luego a Heiko. Nos abrazamos directamente y nos besamos, como si las horas sin vernos no hubieran pasado. ¡Fantástico! Me pedí una copa de vino tinto (porque en la fiesta de Tim ya había tomado unas cuantas). Estuvimos todo el tiempo abrazados mientras yo bebía. Y yo ya estaba al palo.

Un detalle, mientras estaba así con Heiko, pasó Myrko (¡estos dos nombres que casi riman!). Me reconoció y se quedó bastante sorprendido de verme ahí tan agarradito con un tipo. En general me saludaba con un abrazo afectuoso, pero al verme así con otro, me dio la mano y se fue sin decir nada. Tengo que confesar que disfruté ese poder mostrarme con otro delante de él. Pero a pesar de creer que Myrko me es indiferente ya, me di cuenta que en esos momentos en que pasó, me saludó y se fue, mi pija se ablandó, o sea que esa situación me puso algo nervioso. Pero fue un instante, en fin.

No nos quedamos mucho en el bar esa noche. Fréd y su amigo se iban a dormir. Fréd pagó mi vino, a pesar que yo insistí en pagar (ya nos había invitado la noche anterior). Y me dijo en broma: "si me estás haciendo un favor llevándote a Heiko, que no tengo mucho espacio en mi departamento". Así que nos despedimos en la puerta y con Heiko nos fuimos otra vez a mi casa. Otra vez fuimos de la mano y abrazados por la calle, y esta vez no era tan tarde, la una. Estaba lloviendo un poco, pero con el calor que hacía eran muy agradables las gotas sobre los cuerpos.

Y todo volvió a ser tan maravilloso como la noche anterior...

martes, 29 de julio de 2008

Paulita


Paulita era la prima de mamá. Que no confunda el diminutivo, las primas se llevaban 20 años. Paulita vivía en la Plata y murió no hace mucho luego de apagarse en un geriátrico durante 10 años. Mamá la iba a visitar de vez en cuando, y hacia el final cada vez menos. El viaje a La Plata era muy largo y cansador, y el triste espectáculo la deprimía: Paulita ya ni la reconocía. Yo no la visité nunca en el geriátrico. Siempre tuve la intención de hacerlo, y al mismo tiempo sabía con certeza que nunca lo haría.

Paulita estaba llena de recuerdos. Eso era lo que me atraía de ella. Y no recuerdos cualquiera, eran recuerdos intensos, guardados con inteligencia. Tuvo una vida muy feliz, incluso llevaba su viudez con altura. Lamentablemente la muerte de su hija fue un golpe duro, no se lo merecía. De no ser por eso probablemente su ocaso habría sido menos triste.

De las pocas veces que la visité en La Plata, yo niño, me quedaron imágenes muy persistentes. Tenía una casa muy grande, con habitaciones y baños que se comunicaban entre sí. Había muebles antiguos traídos de un viaje a Europa que para mí tenía ribetes míticos. Me hacía sonreír al decir que jugaba a las cartas con las "chicas", un grupo de señoras que eran abuelas como ella desde hace varios años.

Paulita nos vino a visitar por última vez para el cumpleaños de 15 de mi hermana y se quedó un par de días (en esa época yo estrenaba el piano). También mis primas de Rosario se habían quedado. Charlábamos todos en el comedor con la pachorra del día después de la fiesta. Mucha gente en casa. El sol invernal también invitaba a charlar en el comedor.

Los viejos hablan de tiempos remotos, esa es su costumbre y Paulita no iba a ser la excepción. Pero a ella era un placer escucharla. Le hablaba a mamá sobre la casa de mis abuelos con una sonrisa en la boca. (Esa casa fue demolida luego de la muerte de mis abuelos para construir en su terreno un gran edificio. Curiosamente en uno de esos departamentos yo pasé mis primeros meses de vida).

Hablando sobre esa casa, en algún momento Paulita entrecerró sus ojos. Y con un cálido énfasis dijo "tengo presente en mi cabeza cada habitación, cada rincón de esa casa, como si los estuviera viendo ahora mismo".

Y sí, en ese momento supe que esa casa, que ya no existía en Olivos, existía dentro de Paula. No recuerdo mucho más de esa charla. Yo tampoco le pregunté. Pero intuí todo un universo de recuerdos, de viajes, de caricias, de besos, de dolores, de casas visitadas, todo dentro de Paula.

Eso era lo que yo habría querido descubrir de haberla visitado en el geriátrico, aunque sea una ínfima parte de ese mundo. Pero comprendí en aquel momento invernal que esas imágenes nítidas dentro de Paulita eran intransferibles. Y viendo su cara arrugada supe que esos recuerdos serían devorados por los gusanos.

(el grueso de este texto fue escrito el 10 de enero de 2006)

domingo, 27 de julio de 2008

El chico 10 (5ta parte)

Al principio estaba tan agarrado a mí y tan profundamente dormido que yo no sabía cómo hacer para ir al baño. Intentaba correr sus miembros de a poco sin despertarlo, pero me era muy difícil. Al final pude hacerlo. Fue volver a la cama y volver a abrazarlo. Algo creo que habré dormido. Ya de día, no sé si eran las siete y media u ocho, lo desperté con mis caricias, y él reaccionó. Y volvió a darme placer. Yo intenté excitarlo chupándole la pija, pero me era difícil. Al final yo acabé otra vez, y él también, pero masturbándose él mismo.

Es el único punto que me frustró un poco, no haber sabido cómo darle más placer. Pero él no parecía molesto por ese detalle. Ya siendo de día pude mirar sus ojos claramente. ¡Y son azules! Justo que te había contado de mi debilidad por ese color. Y sin sus anteojos, ¡qué linda mirada! Y otro detalle, un culo hermoso, blanquito. Un cuerpo tan proporcionado.

A esa altura yo ya no sabía si estaba en la realidad o en los sueños. Sabía que pronto se tendría que ir de mi cama y de mi casa. Le dije que fue el mejor de los hombres que tuve, que era alguien especial, y me tuve que morder la lengua para no decirle "Ich liebe dich", siempre por ese miedo a quedar expuesto o a espantarlo con una frase así luego de la primera noche juntos. Es que es eso. No sé si es su erotismo innato, o qué, pero yo sentí que esto fue mucho más que sexo. Que si disfruté tanto y tan intensamente es porque sentí que era un muy buen tipo.

Pero las dudas y la realidad me llaman siempre a poner los pies sobre la tierra, sobre todo para evitar sufrir, para no agregar cosas de mi imaginación a lo que realmente pasa. Un detalle práctico es que él vive en Leipzig, así que yo pensé que cualquier relación seria ya sería de entrada complicada.

Lo otro que pensé es "OK, Heiko es un ser extraordinario, de un erotismo que jamás sentí, pero muy probablemente así es él, y así es con todos sus amantes, y quizás tenga muchos, y yo no soy más que otro en su larga lista, quizás para él no fue algo tan especial como yo lo sentí desde mi lado". Sigo pensando en eso para no darme tanta manija. Una posibilidad sería preguntarle a Fréd, que ahora lo conoce como amigo, si tiene muchas relaciones, sacarle información, pero no me parece muy leal.

La cuestión es que se tuvo que ir finalmente de mi departamento. Me preguntó si yo tenía un teléfono donde pudiera ubicarme, aunque al final yo tomé su celular. Me preguntó cuáles eran mis planes para ese sábado que recién empezaba. Y le dije que quizás iba a un lago, y que a las 8 tenía una fiesta de cumpleaños, pero que pensaba estar libre antes de medianoche. Entonces quedamos en comunicarnos para encontrarnos luego...

jueves, 24 de julio de 2008

Palettes


Cimabue- Crucifixión, detalle (1288)

De las artes plásticas la pintura es la que más me fascina. Aunque muchas esculturas me saquen el aliento, sigo prefiriendo las dos dimensiones. Me llevan a imaginar, a soñar. Desde que era chico, ante la vista de un paisaje pintado podía imaginarme yo allí caminando: a la vera de ese río, por ese prado, por aquella montaña, acercarme a ese árbol que se ve pequeñito hasta tenerlo frente mío y sentarme a su sombra. De aquí mi interés por la pintura, que no se limita solamente a los paisajes. Los retratos, las escenas mitológicas o costumbristas, incluso alguna que otra naturaleza muerta, pues también me fascinan. Y me fascina la historia de la pintura, su evolución, sus cambios, cómo aparece la perspectiva, cómo se llega a una (aparente) perfección para luego difuminarse en los impresionistas hasta desaparecer en la pintura abstracta. Y la historia de los grandes pintores, cómo ellos mismos fueron evolucionando a lo largo de sus vidas.

A pesar de haber dibujado y pintado con pasión cuando era muy chico, e incluso haber tomado cursos de dibujo y pintura, de grande mi interés por este arte se redujo a la contemplación. Me sucedió contadas veces, pero han sido muy intensas y mágicas, que he sentido literalmente una fascinación delante de algunos cuadros. Que me he quedado en un estado extático, mirando fijamente un punto del cuadro mientras mi vista periférica contemplaba el resto y las figuras parecían irse de foco. Y sentir una intensa emoción.

Quizás lo que me ayuda con la pintura es la memoria visual, que es casi instantánea. Comparada con la música, mi otra gran pasión y a la que le he dedicado largos años de estudio, pues para memorizar y reconocer obras maestras de la música hay que necesariamente pasar muchas horas escuchándolas, y varias veces. En cambio un cuadro famoso, pues basta una mirada atenta, unos segundos, a lo sumo un par de minutos, que ya se nos grabará.

Es así que en algún momento empecé a reconocer los cuadros de los grandes pintores, vaya a saber si por haberlos visto en la tele, en los libros o dónde. Porque a museos rara vez iba, a lo sumo fui un par de veces al de Bellas Artes de Buenos Aires. Entonces fue así que cuando viajé por primera vez a Europa, tenía una sed insaciable de visitar museos y particularmente las pinacotecas. Quería ver delante de mis ojos los originales de aquellos cuadros que ya tanto me gustaban al haberlos visto en reproducciones. E indefectiblemente vi cuadros que no conocía y comencé a aprender un poco más sobre los pintores y sus obras.

Recuerdo que aún en ese viaje confundía a Manet y Monet, simplemente por la similitud de sus apellidos (puedo excusarme ya que también ambos eran impresionistas). También recuerdo cierto cholulismo. Ir por el Louvre viendo el título y autor cuadro por cuadro, que cuando no conocía al autor pues pasaba de largo sin dedicarle más que 10 segundos. Pero era leer "Rafael" y ahí pararme un rato más largo y decir "oh!", quizás tratando de forzar una emoción ya que en teoría tenía que estar delante de una gran obra. Pero también me dejaba llevar por el gusto y la intuición, y fue así que caí fascinado delante de ciertos cuadros simplemente al verlos, y a veces eran de algún "famoso" y otras veces eran de un ilustre desconocido (para mi cultura de entonces).

Fue luego de ese viaje que comencé a interesarme más seriamente a la pintura, que comencé a leer o simplemente hojear libros de reproducciones. Y algo que contribuyó muchísimo fue ver por televisión un ciclo de documentales llamado "Palettes", producido por el Museo del Louvre. Cada capítulo se centraba en un solo cuadro, generalmente el más emblemático de un pintor famoso. Podían ir desde la Edad Media hasta avanzado el siglo XX. Y a ese cuadro le sacaban todo el jugo. Explicaban desde la biografía del pintor, las circunstancias del encargo y ejecución del cuadro, hasta el análisis científico de la madera o tela donde se había pintado. Explicaban desde la historia o mito de los personajes representados hasta la composición de colores.

Aprendí muchísimo con ese ciclo y hasta grabé en video muchos de esos capítulos que reveía frecuentemente. Y fue así que muchos de los cuadros explicados allí se convirtieron en íconos para mí. Y la vida quizo que luego pudiera vivir muchos años en Europa, y tener la oportunidad de ver casi todos esos cuadros frente a frente, disfrutándolos aún más por los conocimientos adquiridos. Eso no tiene precio, y lo agradezco.

Por eso me gustaría compartir con ustedes esta afición a la pintura, hablar sobre los cuadros que me apasionan, sobre los que me resultan indiferentes, sobre mis pintores favoritos. Porque creo que las imágenes que nos atraen dicen mucho de nosotros, muestran lo que puebla nuestros pensamientos, nuestros sueños.



Wassily Kandinsky - Improvisación XIV (1910)

miércoles, 23 de julio de 2008

El chico 10 (4ta parte)

(atención: el siguiente texto contiene escenas de sexo explícito)


Y en mi casa la magia continuó, llegando a dimensiones que nunca soñé. Es que todo fue muy lento, nos desvestimos muy muy lentamente. ¡Y tan erótico! Como que nuestros pitos quedaron relegados a su mínima expresión. El erotismo pasó por todo el cuerpo, caricias, besos, tan delicados de su parte que me hacían temblar hasta la coronilla. En seguida comprendí que estaba ante alguien excepcional y que esa experiencia estaba valiendo más que ninguna otra, que estaba en otra dimensión. No sé como trasladarlo en palabras.

Y aquí interrumpo para aclarar lo banal y terrenal que me parecen ahora todas las otras aventuras que tuve. Los otros tipos y yo incluído vamos al grano lo más rápido posible, los dos buscamos el pito, tratamos de tocarlo, de chuparlo, de llegar al orgasmo, y hasta en mi caso esa obsesión por ver a cuántos orgasmos llego. Y nunca pensé que el erotismo y la sensualidad pudieran tener una dimensión tan diferente.

Así que así pasó esa noche. Muy lentamente desvistiéndonos en mi sofá. Luego, todavía con los slips puestos, nos fuimos a mi cama. Estábamos practicamente a oscuras (en general yo prefiero con una luz). Y no sé cómo seguir poniendo en palabras esto. A veces yo estaba boca arriba y él me besaba tiernamente la cara, el pecho, los brazos, aquí y allá, muy lentamente, y yo estaba completamente entregado. Un placer infinito, demasiado bueno para ser real. Y cada tanto nos abrazábamos con mucha fuerza y pasión.

También me chupó la pija, delicadamente, pero como me chupaba cualquier otra parte del cuerpo, como te decía, el pito puesto en su justo lugar. Yo también lo hice con él, tratando de imitar su delicadeza. Demás está decirte que con lo calentón que soy, desde que nos besamos en el bar que mi pija se quedó dura como una piedra sin achicarse en ningún momento. Lo raro (para mí) es que él en cambio a veces estaba excitado y a veces no. Pero se lo veía muy feliz dándome placer, y en ningún instante paró de besarme o acariciarme. En uno de esos abrazos fuertes, él encima mío, yo acabé, pensando que él también iba a acabar en ese mismo instante. Pero él no. Aunque como yo seguía duro después, seguimos como si nada, besándonos, abrazándonos. Yo vuelta a vuelta interrumpía un poco para mirarlo fijo a los ojos, a pesar de haber poca luz, a ver si descubría su alma.

Ya no recuerdo bien, si fue por las circunstancias o porque que él dijo que quería dormir algo aunque sea, porque al día siguiente tenía que trabajar duro arreglando el departamento de Fréd. Bueno, y él se quedó dormido abrazado a mí. Sentí como se fue relajando, y todo su peso, y su respiración profunda. Yo como de costumbre casi no pude dormir. Pero era tanta la felicidad que sentía, era tanto el placer de tenerlo ahí a mi lado, que seguía excitado. Y al poco rato ya amaneció, porque creo que habremos estado dos horas dándonos placer.

Al principio estaba tan agarrado a mí y tan profundamente dormido que yo no sabía cómo hacer para ir al baño. Intentaba correr sus miembros de a poco sin despertarlo, pero me era muy difícil. Al final pude hacerlo. Pero fue volver a la cama y volver a abrazarlo. Algo creo que habré dormido finalmente. Ya de día, no sé si eran 7 y media u ocho, lo desperté con mis caricias, y él reaccionó...

lunes, 21 de julio de 2008

La color

No se preocupen, no están daltónicos ni locos. Soy yo que estoy probando diferentes colores de fondo y de texto, tratando de conciliar mi gusto y la legibilidad. Se aceptan sugerencias.

Por si no se nota, el violeta tirando a púrpura es mi color favorito, desde que era muy chiquitito. No llega a ser fucsia, eso sería muy de puto.

domingo, 20 de julio de 2008

Amicalmente

Queridos amigos y amigas,

¿cómo agradecerles todo lo que me han dado? ¿Cómo agradecerles a todos y a cada uno de ustedes? Sus caras, los recuerdos antiguos y recientes, las historias compartidas, todo me viene a la mente en estos instantes. Pienso en los amigos actuales que quizás lean estas palabras. Y también pienso en los viejos amigos que el tiempo, la distancia, los cambios personales, la dejadez y el enojo han alejado. En todos ustedes pienso.

¿Qué habría sido de mí en momentos de desesperación si no hubiera podido contar con ustedes para que me escuchen, para que me contengan, para que me aconsejen? No sé, seguramente alguien triste, solitario y desesperanzado del mundo. Siento que ustedes fueron y son la columna vertebral que me sostiene. Y también creo que, al menos en los últimos años, les he podido devolver esa contención a muchos de ustedes.

En mi infancia y adolescencia (incluso primera juventud) me costaba hacer amigos. Siempre necesité compartir una actividad cotidiana para entablar una charla. Por ejemplo nunca tuve amigos del barrio. Mis primeros amigos fueron los compañeros de la escuela primaria, aunque a pesar de tener muchos recuerdos vívidos, con ninguno de ellos he mantenido contacto y ni siquiera me he vuelto a cruzar. Luego siguieron mis amigos del colegio secundario que por suerte aún hoy conservo (seguramente por haber compartido la adolescencia, ese período tan problemático que tenemos que padecer).

Luego tuve amigos del coro en el que empecé a cantar a los 17 años, casi todos mayores que yo, gente con la que quedé fascinado porque veía muy diferente a mí por fuera aunque finalmente resultamos muy similares. Y luego los amigos de la universidad donde, quizás a la inversa que en el coro, encontré mucha diversidad entre compañeros de mi misma edad y estudiando una misma cosa.

Justamente hacia el final de mis estudios, al desmembrarse ese grupo, comencé a sentir un gran vacío. Los antiguos amigos nos distanciábamos, cada uno en sus actividades. Muchos partían lejos y yo me encontré muy perdido. Tampoco supe cómo hacer nuevos amigos, me sentía en un círculo vicioso.

Hasta que yo también partí muy lejos. Y aunque resulte paradójico, esa fue mi salvación. Forzosamente tomé contacto con otra gente, y a pesar de las barreras del idioma, de la cultura, no sin dificultad, empecé a hacerme nuevos amigos. Primero en París. Y cuando ya había compartido mil cosas con esos amigos, cuando ya me sentía cómodo y contenido, pues tuve que partir nuevamente. Y fue Israel. Otra vez tuve suerte y más amigos se agregaron. Y fue tener que dejarlos y llegar a Dresden. Y más suerte tuve. Finalmente descubrí que detrás de mi timidez y aparente soledad, que tengo vocación para hacer amigos. Y que tengo mucha suerte por haberme podido cruzar con gente tan humana, tan divertida, tan sensible, tan inteligente.

Ahora estoy nuevamente en Argentina y, con los años detrás, compruebo que tengo muchísimos amigos. Pude recobrar las viejas amistades que por suerte conservé con el esfuerzo mutuo de escribirnos y llamarnos cuando estábamos lejos. Pude reencontrarme con amigos compatriotas que conocí fuera. Y compruebo que sigo pudiendo hacer amigos nuevos, gracias a nuevas actividades compartidas (como el teatro). O gracias a Internet y a los blogs, que me parece una manera increíble de encontrar afinidades con la gente, que los vínculos virtuales se pueden volver reales. Compruebo que sigo siendo abierto y sociable, y eso me llena de orgullo y felicidad.


Siempre detesté el mensaje grupal, por impersonal, por cómodo. Además es imposible conciliar el tono tan distinto que tengo con cada uno de ustedes. Me encantaría nombrarlos a todos aquí, pero no creo decoroso hacerlo porque quiero hacer público esto.

¿Y ven? Me puse demasiado solemne y no era mi intención. Esto es querer recordarlos, querer darles un abrazo fuertísimo, es querer seguir riéndome con ustedes, seguir compartiendo momentos.

Tengo una idea latente. Una de las intenciones de este blog es hacerles un homenaje a ustedes, a los recuerdos compartidos. Si hay algo sobre lo que podría escribir una novela de diez mil páginas es sobre ustedes, amigos: cómo nos conocimos, las alegrías y tristezas vividas, los viajes, los desencuentros. Por eso mismo me gustaría ir escribiendo un capítulo con cada uno de ustedes. No se asusten, no publicaré nada que los incomode, los consultaré. Además escribir todo eso me puede llevar tantos tiempo como el que llevo de amistad con ustedes.

Y tampoco me gustaría herir susceptibilidades, ¿podría haber enojos por el orden en que vaya escribiendo esos capítulos? Para eso les hago una propuesta: si quieren escribir algo que hayamos vivido juntos, si quieren escribir su perspectiva de nuestra amistad, alguna anécdota graciosa o intensa que hayamos vivido juntos, incluso algo que me haga quedar en ridículo, pues ¡bienvenido sea! Y luego lo publico aquí en el blog.

¿Qué les parece la idea? Así me ahorran el trabajo de escribir ;-)

¡Los quiero mucho!

El Maestruli


PD: sí, lo sé, me quedó muy kitsch la carta, ¡pero los quiero igual!

viernes, 18 de julio de 2008

El chico 10 (3ra parte)

(de un mail envíado a JR el 2 de agosto de 2004 desde Dresden)


Y ahí sucedió la magia. No sé quién fue primero, pero nuestras manos se acercaron. Y ya no era un simple gesto. Se fueron agarrando más fuerte. Nos miramos, nuestras caras se acercaron. Se tocaron nuestras narices, nuestros labios se rozaron. Aunque nuestras posiciones eran algo incómodas, yo sentado, él parado de costado. Entonces giré, y al final me paré. Y nos besamos muy tiernamente. Y nos abrazamos con mucha fuerza.

¡Ay JR, que momento! ¡Como no hay dos en la vida! Y así estuvimos: acariciándonos, besándonos, abrazándonos. Todo de una manera tan suave, tan delicada, tan erótica, como jamás en la vida me sucedió con un hombre, y creo que tampoco con una mujer (me es muy difícil ahora comparar esto con mi historia con Lara, que también fue muy romántica). No recuerdo el tema musical del instante en que comenzamos, pero al rato pusieron "Dancing Queen" de ABBA. Y nos miramos con Heiko, nos sonreímos, y bailamos muy agarraditos y lentamente. Casi la escena ideal de una película gay (aunque nunca haya visto una, las imagino así).

Y seguimos así juntos como una hora creo. La verdad que perdí la noción del tiempo y del lugar. Me olvidé que Frédéric y el otro estaban ahí. El instante era tan maravilloso que no sabía cómo seguir. Le dije en un momento al oído si quería venir a mi departamento, pero con la duda de si eso cortaría la magia. Me dijo algo que no entendí, pero que interpreté como que no podía. Entonces decidí seguir agarrado a él y aprovechar ese instante lo más posible. Que solamente eso me habría alcanzado.

Pero en algún momento tuvimos que irnos. Frédéric y su amigo nos miraron con cara de "¡que pillines que sois!". Fréd daba por descontado que nos íbamos juntos. Y ahí entendí lo que había dicho Heiko cuando lo invité: que su cepillo de dientes estaba en la casa de Frédéric. Y ahí Fred le dijo "¿¡pero lavarte los dientes!? mah andá con Alejandro y listo, ¿qué va a pasar si no te lavás los dientes?".

Fréd y su amigo se quedaron un rato más en el bar. Así que con Heiko nos fuimos juntos. ¡Que felicidad JR! Y fuimos de la mano, besándonos por la calle, y no me importó que nos vieran todos. Es cierto que eran las 3 de la mañana y ya no quedaba mucha gente, pero a algunos nos cruzamos.

Y en mi casa la magia continuó, llegando a dimensiones que nunca soñé. Es que todo fue muy lento, nos desvestimos muy muy lentamente...

lunes, 14 de julio de 2008

El chico 10 (2da parte)

(de un mail envíado un 2 de agosto de 2004 desde Dresden, a un amigo entonces virtual)

Así salí. El bar queda apenas a 200, 300 metros de casa. Había mucha gente en la puerta y estaba muy lleno, algo sorprendente porque acá ya empezaron las vacaciones y pensaba que la gente se las tomaba. Ya los chicos de la puerta, a pesar de no conocerlos directamente, algunos me saludaron cuando tuve que pasar entre ellos. Y ya dentro del bar me encuentro con Frédéric, el francés de pito chiquito con el que tuve una historia de una noche. Siempre nos saludamos pero tampoco hablamos demasiado, en general porque yo estoy con Bog. Él está generalmente con un alemán medio grandote, medio pelado, medio viejo ya, que tiene más cara de padre de familia que otra cosa. Un poco por el idioma o no sé por qué, pero tenemos generalmente cero onda. En fin.

Pero ese día yo estaba solo así que me puse a tomar algo con ellos. Frédéric me preguntó por Bog (siempre está muy interesado (caliente) por él), y le dije que esa noche no iba a venir. La cuestión es que Frédéric y el otro estaban con otro alemán también. Y bueno, aquí te lo anticipo, es el chico en cuestión y se llama Heiko (pronunciese "Jaiko" aunque es H aspirada, no J). Un tipo muy normal, nada de pluma, de anteojitos, no muy alto (como yo), flaco, que por la calle jamás pensaría que es gay. Tiene 37 años muy bien llevados.

La cuestión es que Heiko es el ex-novio de Frédéric. Estuvieron 4 años juntos, pero hace ya 7 que se separaron. Pero siguen siendo muy amigos y se ven seguido. El otro punto es que él se mudo hace un año a Leipzig, a dos horas de aquí. Estaba este fin de semana en Dresden para ayudarlo a Frédéric a arreglar un departamento.

Frédéric y el otro alemán (no me acuerdo su nombre) estaban de secretitos y bromitas, son del tipo que ven pasar un ejemplar joven y se lo quedan mirando y haciendo comentarios. Bueno, así que yo me quedé charlando con Heiko. Como no habla inglés yo saqué a relucir mi pobre alemán. Y creo que tuve la conversación más larga en alemán de todos los tiempos. Un desastre como siempre, pero me las arreglé. Luego de las presentaciones de rigor, que hacés, como te llamás, cuantos años tenés, tratamos de hablar de otras cosas. Cuando me faltaban palabras o no las entendía le preguntaba a Frédéric en francés. Así que así nos pudimos comunicar bien. Le conté que hacía muy poco que era gay, que fue un poco duro al principio, sobre todo lo del insomnio, pero que me voy sintiendo mejor.

Quizás por su look tan tranquilo al principio ni se me pasó por la cabeza que pudiera tener algo con él. Pero una onda buenísima. Como había mucha gente en el bar, y estábamos en un lugar de paso, nosteníamos que correr a cada rato, a veces nos acercábamos, y a veces me tomaba muy levemente con su mano para que me corriera. Pero bueno, en algún momento se me cruzó la idea y lo miré fijo a los ojos. él mantuvo la mirada un rato, pero luego la desvió y se rió. No supe bien cómo interpretar eso.

La cuestión es que ya eran casi las dos de la mañana. Frédéric y el alemanote propusieron ir a Queen's, el otro bar gay. Heiko decía estar algo cansado, algo borracho, sobre todo que quería descansar porque al día siguiente tenían que laburar en el departamento. Yo también dije que estaba un poco cansado. Pero Frédéric insistió, que íbamos un ratito y nada más. Así que ahí fuimos.

(nota aparte: en Boy's tienen una música excelente, pero nadie baila a pesar de haber pista y todo. En Queen's la música es una mierda pero la gente baila más, quizás porque van lesbianas y gente más joven)

En el trayecto yo iba caminando bastante cerca de Heiko, tratando de pispear la onda. Bueno, así que en Queen's amagué bailando un poco, Heiko también. Pero la música era tan mala que al final nadie bailaba más. En un momento él se fue al baño, y tardó mucho. Yo me senté en una silla alta al borde de la minúscula pista. Heiko volvió y se puso a mi lado. Y ahí sucedió la magia...

viernes, 11 de julio de 2008

El chico 10 (1ra parte)

(de un mail envíado un 2 de agosto de 2004 desde Dresden, a un amigo entonces virtual)


Querido JR,

en general suelo escribir el título del mail luego de haberlo escrito. Pero esta vez ya lo he pensado de antemano. Se titulará "el chico diez". Eso es porque la historia es sobre el décimo hombre con el que comparto intimidad. Y fue tan maravillosa la historia, y él me parece tan maravilloso, que realmente siento que ha valido más que las otras 9 anteriores juntas. Todavía estoy en las nubes y no sé bien qué pensar.

Paso a la inevitable anécdota. Esto comenzó el viernes. Fue un día muy largo e intenso. No por el trabajo precisamente. De hecho me fui temprano porque Gudrun, la secretaria del instituto de la que soy bastante amigo, me invitó a conocer a su caballo. Está en un lugar apenas en las afueras de Dresden, pero ya muy campestre. Además hizo un día de sol espectacular y la temperatura no era excesivamente alta. Gudrun quiere mucho a su caballo que se llama Chico. Lo cepilló, lo bañó, y luego lo montó durante un rato. Y luego me invitó a montarlo a mí. No tengo recuerdos de haber montado un caballo en mi vida, quizás cuando era muy niño. Así que fue una gran experiencia. Comprendí el significado de todos esos refranes como "dar rienda suelta" (a la imaginación), "tener las riendas" (de la situación)", "soltar las riendas", etc... En mi caso digamos que no pude tener las riendas, el caballo hacía lo que se le cantaba, y no me animaba a tirar muy fuerte. Así que paseé mientras Gudrun lo dirigía desde abajo. La pasé muy bien y me relajó mucho. Saqué fotos que te puedo mandar en otro momento.

(ya le dediqué un gran párrafo a algo completamente secundario, o no sé, quién sabe qué lugar en el destino tuvo esa cabalgata)




Volví a Dresden a eso de las 9 de la noche. Habíamos quedado con otra gente en salir. Al final no éramos muchos, T y J (pareja inglesa), y C. y Th. (española un tanto insoportable y su novio alemán). Fuimos a un Biergarten, pero como la noche se puso fresca al rato nos fuimos a un café. La pasé bien, pero nada espectacular. Bog iba a una barbacoa y habíamos quedado en llamarnos para después.

La cuestión que llego a casa a la medianoche pasada, y veo que tenía un mensaje de Bog de las 11:30, que qué iba a hacer yo. Lo llamo igual a pesar de la hora, y me contesta que estaba en la oficina (?), que ya estaba cansado para salir. Le digo que no hay problema, que duerma bien. La cuestión es que a pesar de estar cansado yo tenía ganas todavía de salir. Ya había tomado dos cervezas de medio litro, así que estaba en un estado justo. Decidí ir a Boy's solo. Hacía rato que lo quería hacer. Siempre voy con Bog, y es la gran dicotomía. Al estar acompañado la paso bien porque charlo con él, pero no da para que me levante a alguien porque justamente estoy acompañado. Además Bog no pareciera ser del estilo que podríamos los dos levantarnos a otros dos. En fin.

Pero ir solo me da siempre cosa, porque me arriesgo a estar ahí sentado solo en la barra, papel medio patético, porque casi todos andan en grupos, pero también así tengo la posibilidad de comenzar algo sin la restricción del que me acompaña. En fin.

Igual me dije "Maestruli, estás cansado, vos vas te tomás una cerveza chica, te quedás un ratito y te volvés, no te hagas ninguna expectativa de nadá". Me vi tentado de quedarme en casa, ¡pero bendita la hora en que decidí salir! Otro detalle es que en general estas primeras veces que fui a este bar iba muy producido, remerita ajustada y lo más fashion posible, gel en el pelo, algunas veces un pantalón naranja y rojo que me compré hace poco. En fin, bastante estereotipo lo mío. Pero esa noche del viernes me fui con un jean, remera blanca lisa (aunque debo decir que me queda muy bien), y sin gel, apenas mi cresta que ya me queda natural por el último corte de pelo que me hice.

Así salí. El bar queda apenas a 200, 300 metros de casa. Había mucha gente en la puerta y estaba muy lleno, algo sorprendente porque acá ya empezaron las vacaciones y pensaba que la gente se las tomaba. Ya los chicos de la puerta, a pesar de no conocerlos directamente, algunos me saludaron cuando tuve que pasar entre ellos. Y ya dentro del bar...

jueves, 10 de julio de 2008

Aclaración

Los que me conocen, mis mejores amigos sobre todo, saben de los mails verborrágicos que suelo escribir. Curiosamente esa pasión comenzó cuando me vine a vivir a París en 1999 (esta ciudad siempre marcándome). Era mi manera de comunicarme (las llamadas telefónicas aún costaban fortunas), y dada mi obsesión por transmitir los hechos y las sensaciones tal cual son, mis mails podían alcanzar varias páginas que yo escribía con pasión.

Y esa pasión continúa hasta hoy, aún habiendo vuelto a Argentina. Por eso mismo cuando descubrí lo que era un blog, a fines de 2005, desde ese entonces que pensé en abrirme uno, en volcar ahí el estado de éxtasis que siento al escribir. (Los que ya me conocen también saben que fui y soy lento para todo en esta vida, hasta me hicieron un electro-encefalograma de chico porque tardé muchísimo en aprender a caminar y hablar). Así que aquí me tienen ahora, tarde pero seguro, abriendo un blog. No me resulta fácil encontrar el tono, el tema, qué contar, qué ocultar. En todo caso me quiero largar.

Y volviendo a mis mails, pues atesoro toneladas de ellos, donde practicamente podría recordar lo que me sucedió día a día desde 1999. Y en esos mails hay momentos felices, momentos graciosos, momentos penosos, reflexiones que me vinieron a la mente mientras escribía, mi vida.

Así que empezaré a robarle textos a ese tipo que solía ser yo en el pasado. Es también una manera de compartir con ustedes momentos que me marcaron. Trataré de editarlos lo menos posible: acentos y faltas, algo que no se entienda demasiado, y sobre todo los nombres de amigos y conocidos que vayan apareciendo (ese es un tema que no sé aún cómo manejar en un blog).


Espero que sea de vuestro agrado. Muchas gracias.

miércoles, 9 de julio de 2008

Cena en París II

(sí, otra cena en París, aunque a mi amiga le aburran)

Esta noche decidí ir al barrio del Marais, que es el barrio judío y gay (sí, las dos cosas al mismo tiempo, así el que quiera discriminarlo tiene la promoción 2 x 1). No me puedo mentir que en el fondo, además de querer alimentarme, fui con la secreta intención de levantarme a alguien. Además ya empecé la cuenta regresiva, el sábado me voy de acá.

Tenía todas las ganas de ir a un restaurant judío que ya conocía. Increíblemente, un miércoles, estaba cerrado. Y ningún cartel que aclarara el motivo. Pensé en alguna festividad judía, pero había otros restaurantes del ramo que sí estaban abiertos. Así que hacia uno de ellos fui. Había mucha gente y tuve que esperar a que me dieran mesa. Mientras tanto observaba al personal en la entrada y detrás del mostrador. Una señora de 50 en la caja hablaba en hebreo con un tipo de mi edad que preparaba limonadas y jugos de fruta. Me vi tentado de decirles algunas palabras en hebreo, de contarles que había vivido un año en Eretz Israel, pero como de costumbre pienso en que quedaré como un tonto (además que en hebreo sé apenas un poco más que contar hasta 10).

Me agarra la culpa en esto de ir solo a comer a un restaurant con mucha gente. Se nota que les molesta que una persona ocupe una mesa donde podrían sentarse dos personas, es la mitad del rendimiento después de todo. Para colmo pedí solamente una pita, que era el plato más barato, y una limonada (ahí me jugué, podría haber sido más ratón y pedir agua de la canilla como es la costumbre en París).

La limonada estaba riquísima, valió la pena. La pita tardó en venir y mientras tanto me puse a leer Las Benévolas. Espero poder hablarles sobre este libro más en detalle. A lo que voy es que justo estaba leyendo la parte en que el protagonista, un jerarca nazi, está inspeccionando un campo de concentración y cuenta con lujo de detalles lo que sucede cuando llega un tren lleno de judíos franceses. Terrible. Terrible coincidencia. Mientras leía eso, yo era atendido por mozos con sus kipás, ellos judíos franceses. Este libro sin duda me dejará marcas.

La pita llegó y me la comí relativamente rápido. No pasó medio minuto de haberla terminado que ya tenía la cuenta en la mesa, y mis intenciones de seguir leyendo un poco más se vieron frustradas. Podría haberme hecho el tonto, pero ya les conté de esa culpa que me agarra, así que pagué y me fui.

Eran las diez de la noche, todavía había un poco de luz. Caminé por esas calles que conozco bastante bien. Pasando la calle de los restaurantes judíos empieza la transición hacia el dominio gay. Se nota en los negocios, en las caras, en las actitudes, en todo. Y yo ahí mimetizado como uno más, con mi musculosa al viento, con mi bolsito metrosexual. Aunque no plenamente relajado y feliz, sino siempre teniendo un fondo de vergüenza, de sentirme algo ridículo con ese atuendo tan obvio. Sí, es así, la homofobia internalizada que tengo es una mancha difícil de sacar.

Traté de sacarme esos pensamientos mirando a mi alrededor. Me detuve en algunas vidrieras. Pasé por una librería gay, y en la vitrina tenían un libro de fotografías que se titulaba "Los más grandes penes del mundo". Evidentemente me moría de curiosidad por ver de qué se trataba, pero no me detuve, apenas vi ese título con el rabillo del ojo. Sí, más de lo mismo, o quizás pura timidez o pudor, quién sabe.

Finalmente me alejaba de la zona "caliente" del barrio, sin haberme levantado a nadie, como me lo esperaba. Así que me dediqué a caminar como turista. Pasé por el Pompidou, la plaza Stravinsky con su fuente extraña, la iglesia Saint Merry (donde escuchaba conciertos de música clásica almibarados cuando vivía aquí), vi la torre de Saint-Jaques desde una perspectiva muy inhabitual, y llegué al Sena.

El cielo todavía estaba claro, con una media luna perfecta. Los edificios históricos sobre el Sena y sus puentes empezaban a iluminarse. Era la imagen romántica por antonomasia. Me sentí solo nuevamente, pero me consolé recordando unos besos dados en ese mismo lugar, hace ya largo tiempo.

Crucé el puente hacia la Île de la Cité, vi la Saint-Chapelle detrás de esos edificios burocráticos, para finalmente llegar a Notre-Dame. Me quedé embelesado por enésima vez. Después de la descripción que hizo Victor Hugo en la novela que le dedicó, no me atrevo a decir mucho más. La miré, la contemplé, y me sumergí en la boca del metro.

martes, 8 de julio de 2008

Cena en París I

Estoy en París. Sí, de vuelta en París, aunque por poco tiempo esta vez. Así que procurarme la cena es toda una aventura, ya que no tengo ni manera ni ganas de cocinar. Hoy corajudamente decidí moverme un poco más allá de la Ciudad Universitaria donde me alojo, para no caer en el restaurant chino de siempre. Lo bien que hice. Me dirigí a la Butte aux Cailles, un pueblito dentro de París, cerca de la Plaza de Italia. Un lugar bien guardado, sin turistas, sólo para conocedores.

De vago que soy, preferí tomarme el metro para llegar. Y fue una buena elección ya que llegué al barrio por un costado que no le conocía. Tuve que subir unas escaleras y pasar por un parque pequeño. Corté una flor de lavanda que guardé en mi mano y que olía compulsivamente cada pocos minutos. Luego del parque una calle angosta subía, con casas de no más de 3 pisos a sus lados, cosa rarísima en París.

Me costó decidir el restaurant. Uno que ya conocía, al que solía ir con mis amigos uruguayos, reventaba de gente y ni siquiera me animé a preguntar si había lugar para una persona. Entonces me dirigí a la panquequería del barrio, uno de mis lugares preferidos, por su calidad, aunque más sincero es decir que sobre todo por la gente especial con la que comí ahí. También estaba lleno y no había miras de que se vacíe("merde!"). Así que volví para el lado del primer restaurant para finalmente instalarme en el que estaba en frente, con la cantidad de gente exacta.

La comida fue pertinente: simple, sabrosa, a precio razonable, entrada, plato y postre. La moza no era francesa. Arriesgaría a que era rusa. En la mesa de al lado se instaló un grupo numeroso donde había dos latinoamericanos que no pude precisar su nacionalidad (una chica que se desenvolvía bien con los franceses del grupo, y un chico con la cara evidentemente perdida). Un francés se creía gracioso y cosmopolita hablándole al chico en español (no lograba ninguna de las dos cosas).

Entre plato y plato, para combatir mi soledad, seguía leyendo "Las Benévolas", novela que compré aquí y me tiene completamente absorbido, llenando todo momento vacío de esta visita.

Finalmente pagué la cuenta y decidí volverme caminando. Garuaba pero tenía paraguas. Lo que no tenía era un plano, cosa que me suele poner muy nervioso, y el camino de vuelta hasta la Ciudad Universitaria nunca lo supe de memoria. Pero sabía en qué dirección ir. Las primeras calles me eran familiares, pero en algún momento se volvieron desconocidas. Y de repente aparecieron unas casas bajas y una calle estrecha a mi izquierda. No pude evitar desviarme. Una casa más bonita que la otra, muchas plantas, otro rincón sorprendente de París (justo que yo me venía quejando que esta ciudad ya no tenía secretos para mí), tranquilo.

Esas casas, esas callecitas, una de las cuales se llamaba "de las Glicinas", valieron la excursión. Ojalá algún día pueda volver a ese rincón, y poder mostrárselo a alguien querido. Y seré feliz.

Comienzo... ¿y final?

Me largo a escribir. Ma sí, se acabó, basta de postergar. Es hora de que tenga mi blog, de no estar afuera de este mundo. Lo peor será combatir mis pretensiones. Debo dejarme llevar y escribir de lo que me venga en gana, sin censuras de tema o estilo. Total, todo es editable, nada es definitivo. Y que lo lea quien lo lea.

Veremos a dónde llego. Por más que en este momento me largue a escribir con mil ideas en la cabeza, pensando que tengo tema para rato, seguramente no llegaré a postear ni 3 veces. Seguro.

Gracias por todo.