martes, 8 de julio de 2008

Cena en París I

Estoy en París. Sí, de vuelta en París, aunque por poco tiempo esta vez. Así que procurarme la cena es toda una aventura, ya que no tengo ni manera ni ganas de cocinar. Hoy corajudamente decidí moverme un poco más allá de la Ciudad Universitaria donde me alojo, para no caer en el restaurant chino de siempre. Lo bien que hice. Me dirigí a la Butte aux Cailles, un pueblito dentro de París, cerca de la Plaza de Italia. Un lugar bien guardado, sin turistas, sólo para conocedores.

De vago que soy, preferí tomarme el metro para llegar. Y fue una buena elección ya que llegué al barrio por un costado que no le conocía. Tuve que subir unas escaleras y pasar por un parque pequeño. Corté una flor de lavanda que guardé en mi mano y que olía compulsivamente cada pocos minutos. Luego del parque una calle angosta subía, con casas de no más de 3 pisos a sus lados, cosa rarísima en París.

Me costó decidir el restaurant. Uno que ya conocía, al que solía ir con mis amigos uruguayos, reventaba de gente y ni siquiera me animé a preguntar si había lugar para una persona. Entonces me dirigí a la panquequería del barrio, uno de mis lugares preferidos, por su calidad, aunque más sincero es decir que sobre todo por la gente especial con la que comí ahí. También estaba lleno y no había miras de que se vacíe("merde!"). Así que volví para el lado del primer restaurant para finalmente instalarme en el que estaba en frente, con la cantidad de gente exacta.

La comida fue pertinente: simple, sabrosa, a precio razonable, entrada, plato y postre. La moza no era francesa. Arriesgaría a que era rusa. En la mesa de al lado se instaló un grupo numeroso donde había dos latinoamericanos que no pude precisar su nacionalidad (una chica que se desenvolvía bien con los franceses del grupo, y un chico con la cara evidentemente perdida). Un francés se creía gracioso y cosmopolita hablándole al chico en español (no lograba ninguna de las dos cosas).

Entre plato y plato, para combatir mi soledad, seguía leyendo "Las Benévolas", novela que compré aquí y me tiene completamente absorbido, llenando todo momento vacío de esta visita.

Finalmente pagué la cuenta y decidí volverme caminando. Garuaba pero tenía paraguas. Lo que no tenía era un plano, cosa que me suele poner muy nervioso, y el camino de vuelta hasta la Ciudad Universitaria nunca lo supe de memoria. Pero sabía en qué dirección ir. Las primeras calles me eran familiares, pero en algún momento se volvieron desconocidas. Y de repente aparecieron unas casas bajas y una calle estrecha a mi izquierda. No pude evitar desviarme. Una casa más bonita que la otra, muchas plantas, otro rincón sorprendente de París (justo que yo me venía quejando que esta ciudad ya no tenía secretos para mí), tranquilo.

Esas casas, esas callecitas, una de las cuales se llamaba "de las Glicinas", valieron la excursión. Ojalá algún día pueda volver a ese rincón, y poder mostrárselo a alguien querido. Y seré feliz.

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