lunes, 11 de agosto de 2008

Arte abstracto


De chico me encantaba dibujar. Tenía grandes dotes. Tomaba las hojas blancas que estaban en el "cajón de los papeles", donde se acumulaban hojas de distintos orígenes no totalmente en blanco. Recuerdo especialmente los rollos de papel continuo, impresos con tinta gris de un lado, blanco en el otro, que mi papa traía de su oficina (a mi papá nunca le gustó derrochar papel). Me daba un gran placer recortar esos bordes troquelados con su hilera de agujeros perfectamente redondos y equidistantes. Cómo me gustaba después plegar esas tiritas agujereadas: en dos partes primero, haciendo coincidir los agujeros, y luego en cuatro, y en ocho. Soy obsesivo desde que era así de chiquito.

No me importaba la calidad del papel. Mientras hubiera un espacio en blanco de tamaño decente, ahí yo agarraba mis lápices y me ponía a dibujar. Yo copiaba la realidad, ése era el objetivo, por supuesto. Tenía alma de artista renacentista. Nada de dejar volar la imaginación demasiado. Dibujaba árboles, sobre todo pinos. Me encantaban los pinos [1] que ya los tenía dominados a la perfección, las ramas como flecos, como de arbolito de Navidad. También dibujaba árboles caducifolios, pero me obsesionaba en reproducir la transición entre el tronco y las hojas, cómo pasar del marrón al verde de una forma que fuera creíble.

También dibujaba los floreros que mi mamá llenaba cuando nuestro jardín tenía algo que ofrecer. Recuerdo especialmente un florero de vidrio, cilíndrico, no muy alto, azul por fuera, con unas guardas esmeriladas que dejaban ver el vidrio transparente. Y en ese florero los gladiolos rojos [2]. Recurría siempre a mi paleta de lápices de colores.

La técnica la perfeccioné dibujando casas, muchas casas. Aunque todas tendieron a un arquetipo. Una casa de un solo piso con techo a dos aguas, dibujada en una perspectiva caballera instintiva. Al frente una puerta. En la pared lateral visible una ventana rectangular apaisada, con una cruz que la dividía en cuatro paneles idénticos. En el techo una chimenea, de la que salía humo gris. Si me quedaba tiempo dibujaba las tejas y las pintaba de rojo. A veces una ventana redonda sobre la puerta, que dejaba espiar el altillo. La casa se encontraba aislada sobre una loma verde, y un caminito sinuoso llegaba directo a la puerta. Al costado, preferentemente izquierdo, cerca del camino se encontraba alguno de mis árboles. En el cielo el sol amarillo con rayos. Y algunas nubes. Trataba de que fueran muchas nubes, porque yo no caía en el error de muchos de mis coetáneos, que pintaban las nubes de celeste y dejaban el cielo blanco. ¿Donde se vio eso? Yo a las nubes las dejaba blancas, como corresponde, y al cielo lo pintaba de celeste, tardara lo que tardara. Ninguna persona perturbaba la paz de ese paisaje.

En cambio mi hermana, pobre, dibujaba casas alpinas, eran sólo un techo, dos chapas. Y dibujaba la gente que había dentro de la casa. ¿Donde se habrán visto casas transparentes? Yo le insistía que sus dibujos no tenían sentido, pero no me hacía caso. Y sus dibujos mis papás los pegaban en la cocina junto a los míos. Igual con el tiempo, los azulejos eran un pegote y todo nuestro arte iba democráticamente a la basura.

Habiendo perfeccionado mi técnica, habiendo incluso aprendido a escribir ALE en el borde superior derecho de mis dibujos, fue así que llegué al jardín de infantes. La señorita nos hacía dibujar y yo copiaba la realidad que me rodeaba, con las formas y los colores exactos.

Hasta que un día todo ese orden se estremeció. La señorita nos dio tema libre para dibujar. Yo debo haber recurrido a mi típica casita sobre la pradera, como una rutina que ya tenía bien aprendida. En cambio vi a mi compañera Valeria [3] muy ensimismada en su tarea, derrochando torrentes de energía. Yo me acerqué y observé aterrado. Valeria tomaba su crayón celeste y llenaba a lo ancho y a lo largo su hoja Canson Nro. 5 de unos rulos que iban y venían, que se superponían generando un caos (¿quizás reflejaba su estado de ánimo?). Mis conexiones neuronales aún en desarrollo intentaban buscarle una lógica a ese mamarracho y no lo conseguían. Finalmente no pude más con mi curiosidad


-Valeria...

-¿Sí? -me dijo sin prestarme demasiada atención, mientras seguía volcando ríos de pasión en su obra.

-¿Qué estás dibujando?

Ella interrumpió su tarea y en un corto segundo me reveló la gran verdad:

-Una tormenta.


Y continuó dibujando su mamarracho con esmero. Yo quedé fulminado como por el rayo que le faltaba a ese dibujo. Eso era lo que dibujaba Valeria, de eso se trataba, una confusión de líneas que reflejaban la confusión de la Tormenta. Me sentí humillado. Tanta inteligencia, tanto esfuerzo que yo volcaba en reproducir la realidad, tanto tiempo dedicado a llenar las superficies con sus colores correspondientes. Y Valeria, en un solo trazo, con un solo color, logró el mismo cometido.

Dejé pasar un tiempo prudencial. Un día que hubo nuevamente dibujo libre no lo dudé. Y dibujé mi propia tormenta. Fue muy fácil. La señorita me felicitó.

(el grueso del texto fue escrito el 13 de febrero de 2006)

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NOTAS:

[1] varios años después la mamá de Gastón, psicóloga y ama de casa, sin siquiera verme dibujar adivinó mi pasión por los pinos pinchudos.
[2] gladiolo es una palabra que siempre me llamó la atención. Hay palabras que por diferentes motivos se me despegan del resto.
[3] No la de apellido Pintor, sino la otra Valeria, Valeria Raffo.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Mon chou,
Este relato me gustó particularmente, y lamento no haber comentado antes.
Es increible cómo los primeros dibujos anuncian nuestro futuro perfil psicológico. Yo por ejemplo dibujaba a mi madre super alta como una Barbie gigante y a mi padre como un enanito a su lado... creo que ya en ese entonces la idealizaba. Con respecto a tus casitas veo en ellas tu vivo retrato.
Besos grandes y prolijos,

Ta Loulou

P.S. si galdiolo es una palabra impresionante.

Anónimo dijo...

perdón... pero mi dislexia persiste... I meant gladiolo!

Maestruli dijo...

Jeje Loulou, no te preocupes, ya tu dislexia es parte de tu personalidad ;-)

Muchas gracias por el elogio, lo quiero mucho a este relato, quizás porque lo escribí de manera muy espontánea en su momento.

Algún día escribiré sobre los gladiolos.

Anónimo dijo...

I can't wait!
Mua mua

Loulou

Anónimo dijo...

Ale gracias por compartir otra vez este relato...sigue produciendo el mismo efecto que aquella vez....que impresionante su forma de transportarme a las imagenes, verte dibujando con nuecas en tu cara buscando lograr ese detalle minimo. Besote grande Uzri

Maestruli dijo...

¡Gracias Uzri! Me alegro que le siga gustando el relato. Espero poder seguir escribiendo cosas en este estilo, con la misma pasión que dibujaba a los 5 años esas casitas... o alguna tormenta también, jajaja.

Besos!

Tontin dijo...

Qué rápido te adaptabas a las nuevas tendencias artísticas ja ja. Muy bueno el relato. Y lo de la técnica de referencias al pié de página es de estilo profesional!

Maestruli dijo...

¡Gracias Tontín!

Jajaja, sí, totalmente, lo de las notas a pie de página es completa deformación profesional.

Y vos de chico ¿eras de dibujar casitas o tormentas?

Anónimo dijo...

¿Guardaste tu tormenta? Sería bueno verla. ¡Beso!

Tontin dijo...

Casitas !!! ja ja. Bueno, yo también tengo mi pasado oscuro...

Maestruli dijo...

No Crimson. Algo que no entiendo es que mi madre nunca guardó ningún dibujo mío ni de mi hermana. Creo que hay alguna carpeta de dibujo por ahí de un curso que yo hice unos años más tarde.

Igual yo ultimamente tampoco soy de guardar cosas viejas. Tiré carpetas de secundario y apuntes de universidad. ¿Para qué guardar algo que uno mirará quizás una vez cada 15 años?

Maestruli dijo...

No te preocupes Tontín... nadie se salva de su pasado oscuro...

Orla Publicidad dijo...

excelente relato, me gusta mucho cómo escribís.

Maestruli dijo...

¡Gracias Claudia!